lunes, 16 de enero de 2017

ESTO NO ES UN BARCO


–¿Está usted seguro de que esto es un barco? 
–Bueno; lo cierto es que se mece como si lo fuera. 
–Genial. Y yo sin bañador… 
–¿Qué le hace pensar que lo necesitará? 
–Pues verá: el hecho de que nos hayan atado y amordazado me resulta muy útil como pista. 
–No creo que tengan ninguna razón para hacerlo. 
–¿No es usted el Ministro de Finanzas? 
–Sí, lo soy, por supuesto. 
–Y yo soy… 
–Usted es… 
–¡El Presidente, coño, el Presidente! 
–¡El presidente! ¡Encantado de conocerle, señor Presidente! 
–Pero vamos a ver: ¿a usted no le había nombrado yo? 
–Puede ser… pero no, no; creo que no; me acordaría. 
–Entonces ¿quién demonios… 
–Bueno, ya sabe cómo funcionan estas cosas; algún banquero, quizás algún otro Ministro… nos hacemos cargo de su apretada agenda. 
–Ya hombre, pero se le informa a uno, que luego la prensa… 
–Sí: ¡Panda de buitres… ¿Y si fueran ellos…
–¿A qué se refiere? 
–…los que nos han metido aquí? 
–De ninguna manera: los tengo perfectamente controlados. 
–Quizás precisamente por eso. 
–… 
–Vaya usted a saber. 
–Podría ser, no descartemos… 
–… 
–Oiga: ¿Se ha fijado usted en que le falta el pie izquierdo? 
–Natural: me lo han cortado ellos. 
–Debe de dolerle mucho… 
–No crea, no: antes me anestesiaron la zona con una bolsa de hielo. Profesionales. 
–Gente de letras, sin duda. 
–Humanistas de mierda. 
–Nunca sabe uno… 
–Qué me va a contar a mí. 
–¿Y si tratásemos de escapar? 
–¿Escapar de un barco? ¿Y con mi pie?
–Sin su pie, querrá decir. Pero olvídelo, tiene razón. 
–Oh, debería usted saber que casi nunca tengo razón. 
–Entonces esto no es un barco. Pero ¿por qué dice…
–Verá: ¿Recuerda su Excelentísima el reciente Colapso Económico del País? 
–Claro, cómo no acordarme de… 
–Pues fui yo. 
–¿Usted? 
–El mismo. 
–¿Cómo? 
–Equivocándome mucho… y a conciencia. 
–¿ Y a nadie se le ocurrió cesarle? 
–Usted dirá…
–Claro, qué imbécil…
–…
–Entonces podría ser…
–Sí, no me explico cómo no lo habíamos contemplado antes. 
–Van a matarnos. 
–Es obvio. 
–Déjeme entonces contarle una historia. 
–¿Una historia? ¿Ahora? 
–Sí. Una historia para antes de morir. 
–Le escucho. 
–Érase una vez un gobernante muy sabio… 
–Es ficción, ¿verdad? 
–Si me interrumpe usted…
–Perdone, perdone. Me pone un poco nervioso esto de morir. 
–Pues piense en los compatriotas que no van a hacerlo, los que tendrán que soportar la hambruna y…
–No es justo que me lo restriegue por la cara… 
–Bueno, usted ya ha reconocido su responsabilidad. 
–…A un pobre tullido primerizo…
–¡Cállese! Creo que se acerca alguien…
–¿La muerte? 
–No, deben de ser las olas. 
–Entonces me da la razón, aunque ya sabe que no suelo tenerla. 
–Es sólo que creí haber oído…
–¿Cómo termina la historia? 
–Ni siquiera me ha dejado usted empezar. 
–Ya, pero ¿cómo termina? 
–Creo que usted y yo nos morimos. 
–¿Y los demás? 
–Los demás también. 
–Todos hemos de morir algún día, señor Presidente. 
–Pero a nosotros nos asesinan. 
–En un barco. 
–En efecto. 
–Si esto fuera efectivamente un barco. 
–Y si no también. 
–… 
–…
–Oiga… en confianza…
–Dígame. 
–¿Puedo hacerle una pregunta, señor Presidente? 
–Dispare. 
–¿Está muerta la novela? 
–Pues sí, la verdad es que sí.
–¿Y qué la sustituye?
–Pues, la sustituye lo que había antes de que la inventaran, creo yo.
–¿Lo mismo?
–El mismo tipo de cosa.
–¿Está muerta la bicicleta? 
–No lo sé, francamente, pero creo que acabamos de reproducir punto por punto un diálogo de Donald Barthelme. 
–¿Todo nuestro diálogo? 
–No, hombre; sólo a partir de la novela muerta. 
–Y ese Barthelme ¿también está muerto? 
–Creo que sí. 
–Entonces, ¿estoy obligado a decir, es el momento, esto es la tierra, estas obras apenas vivas que me estaban destinadas y que recuperadas lo estarían a otro, gracias, y a reír, con esa larga risa muda de inexistente avisado, de escuchar atribuirme palabras tan gruesas? 
–Qué sentido del humor, confiesa que ya no estás a la altura, que acabarás por montar en bicicleta. 
–Eso es de Beckett, me temo. 
–Entonces tenía usted razón al no tener razón. 
–¿Qué quiere decir? 
–Que esto no es un barco. 
–…Ni una novela. 
–Ni una novela. 
–Ni una bicicleta. 
–Ni una bicicleta. 
–Entonces ¿qué? 
–Ya le he dicho que esto no es un barco. 
–Pues tampoco puede ser un pie, de eso estoy completamente seguro.