lunes, 30 de mayo de 2016

ESTO EMPIEZA ASÍ


       A veces me imagino cavando una gruta subterránea, entregado por completo y sin vacilar a esa única labor. Además –es esencial aclararlo– me imagino feliz en la entrega. Alguien o algo me asegura (pudo haber mentido, pero esa es otra historia) que ahí abajo encontraré tesoros largamente ansiados: un baúl repleto de monedas de oro, un sarcófago egipcio plagado de inscripciones que acaso nunca alcance a descifrar, quizás hasta un contrato indefinido –uno “de los de antes”, que diría mi padre– en que estampar mi temblorosa firma. Cavo pensando en todas estas cosas, en la posibilidad del lote completo, en la suerte simultáneamente colmada. Y cuando al fin diviso la sombra de una certeza, en forma de bulto informe que me destroza las uñas, recojo y guardo cuidadosamente en mis bolsillos un par de bichos muertos, algunas raíces, otro par de guijarros, e ignorando el contenido del supuesto cofre doy media vuelta hacia la superficie, donde sin duda algunos me preguntarán cómo se me ocurre volver con las manos vacías, donde ya no sabré qué responder, no sólo a esa, sino a ninguna otra pregunta. Pero estoy seguro de que al menos unos cuantos niños –los más ancianos– querrán escuchar mis historias y quizás también contemplar mi exigua colección de bichos muertos.

lunes, 23 de mayo de 2016

LAS VERDADES PEQUEÑAS (CITAS INTRODUCTORIAS)


Al principio, cuando el mundo era joven, había una enorme cantidad de ideas, pero no eso que llamamos una verdad. Fue el hombre quien hizo las verdades y cada una de ellas consistía en varios pensamientos más o menos vagos. Las verdades se extendieron por todo el mundo y todas eran hermosas.

SHERWOOD ANDERSON


P. Ponga usted un ejemplo de anfibio.
R. Juan duerme.

(Respuesta real de un alumno anónimo en su examen de Biología)

lunes, 9 de mayo de 2016

CRÉDITOS


 En Nuevo catálogo de juegos han participado los siguientes personajes (por orden de aparición)[1]:

-Un exitoso escritor fracasado.
-Un señor viudo que recibe la visita de su sobrino y asiste impotente a la muerte de su perro.
-Un rencoroso ejercicio de lógica de primer orden.
-Siete juegos extraños que dan nombre a este libro.
-Un hombre (quizá dos) que entra en un bar y se encuentra consigo mismo.
-Un anciano rebelde que baila.
-Un hombre que compra flores y una mujer que llora.
-Un conjunto de respuestas sobre la actividad del escritor.
-Un abuelo que cuenta a su nieto una historia marina.
-Un pequeño mamut de fabricación casera que vive en un ordenador.
-Una mochila con una posible pista en su interior.
-Un escritor que copia a otros escritores sin haberlos leído.
-Un niño que salta desde lo alto de un columpio.
-Un compositor que ya no compone aunque debería seguir haciéndolo.
-Un combate sutil entre un técnico de mantenimiento y un aficionado al ajedrez.
-Un pacto de alternancia entre las muertes.
-Un genio que inventa el juego definitivo.
-Un lector que recibe sexo oral en una biblioteca y vuelve a casa asustado.
-Un vaso que se rompe muy de vez en cuando.
-Un imbécil que paga la cuenta de un artista.
-Una mujer reprimida que descubre su potencia sexual.
-Un escritor egocéntrico que habla con Borges.
-Una casa que se inunda y que probablemente volverá a inundarse.
-Varios hombres que tratan de ascender, cada uno a su manera.
-Una pierna y una pareja que se rompen.
-Una discusión por dinero o por niños.
-Una caverna donde nació la literatura.
-Un juguete que insinúa el infinito y un padre cobarde que lo desmiente.
-Un soldado que introduce la disciplina marcial en su propio hogar.
-Un mago que hace aparecer a su verdadero público.
-Un making of de un relato.
-Un previsible accidente de trabajo.
-Un señor que (como todos los señores que valen la pena) nunca ha dejado de ser un niño que juega.
-Un fracasado escritor de éxito.

And last, but not least…
Un narrador convencido de que la literatura es un juego muy serio.




[1] Hace un par de años una buena amiga mía (la mejor de todas en realidad) se mostró muy crítica con mi estilo a la hora de bautizar relatos. Venía a decirme que ella, como lectora, era incapaz de identificar mis historias por su título, y que no estaría de más que yo ofreciera un esquema referencial alternativo, orientado a servir de genuino Índice, para facilitar el tránsito por mis obras. Pues bien, déjenme decirles que están ustedes a un paso del verdadero Índice, del Índice tradicional y canónico al que, por sentido de la responsabilidad, no pienso renunciar. Pero también he pensado que quizás no le falte razón a mi amiga (en general no suele faltarle), así que aquí les dejo el Índice falso, esperando que sea de utilidad (instrumental y/o estéticamente hablando). 
Una última aclaración antes de despedirme. Algunos de ustedes estarán preguntándose a qué viene esto de que servidor escriba un Nuevo catálogo de juegos sin haber escrito con anterioridad un primer Catálogo de juegos. Siento no tener una respuesta seria para esta pregunta igualmente seria. Lo que sí les aseguro es que, de tener éxito este libro que ya termina, inmediatamente me plantearía la posibilidad de trabajar en la precuela. No es una promesa. Sigan vivos.

lunes, 2 de mayo de 2016

PREPROSA POÉTICA


       Usted escribe ese relato sobre la dura niñez de un inmigrante subsahariano en la costa levantina. Después lo corrige sin convicción y decide enviarlo a concurso. Tras resultar ganador de un importante primer premio, opta por publicarlo en una importante editorial. El adelanto económico que le ofrecen es importante. Usted acepta sin darse importancia.
       Algunos años más tarde su relato, que hasta entonces había recaudado pingües dividendos, empieza a ser comentado con cierto desdén en los círculos de crítica literaria de la capital. Causa malestar sobre todo en el campo de la teoría de la literatura, a juzgar por las noticias que usted recibe, ya que por lo visto el uso que usted hace del lenguaje es indisimuladamente conservador en el género. Su nombre empieza a sonar, no ya sólo entre el gran público, sino también entre especialistas.
       Hacia finales de año, un renombrado articulista le menciona de pasada –pero con calculada mala leche– como uno de los principales estafadores del relato en lengua castellana, señalándolo como heredero directo de una serie de escritores que usted detesta. El articulista denuncia que su relato La costa propone “no sólo una ingenua solución al problema de articulación forma/fondo en el relato moderno, sino además –y principalmente– una errónea perspectiva desde la que abordar las relaciones entre sociedad y literatura”. Lo que le molesta a usted (que siempre ha ignorado todo cuanto tenga que ver con críticas destructivas) es que esta puñalada le impide renovar su jugoso contrato con una de las editoriales más punteras del país.
       El año siguiente usted es invitado a formar parte, en calidad de “Escritor Caído en Desgracia”, en una conferencia que aborda la muerte del relato como género popular. Declina la invitación porque, honestamente, no tiene el más mínimo interés en hacer el ridículo. Además, le molesta que algunos colegas escritores –que siempre le han tenido (usted no se lleva a engaño) por inofensivo autor de Best-sellers– empiecen ahora, y precisamente por esto último, a desconfiar de sus planteamientos teóricos, cuando lo cierto es que sus concepciones en torno al relato no tendrían nada que envidiar, ni en calidad ni en complejidad, a las de Ribeyro o Quiroga. Usted no es un mero autor de literatura popular ni un reaccionario. Usted ha escrito un relato tradicional y ha tenido cierto éxito. Si los medios y algunos colegas se empeñan en cuestionar sus méritos… pues qué se le va a hacer. Aguante mientras pueda.
       En marzo de ese mismo año surge, nace, aparece, es acuñada o simplemente vomitada la denominación de marras, “Preprosa poética”, para referirse a la anacrónica corriente que, a tenor de lo advertido por un vengativo sector de la crítica salmantina, usted acaba de resucitar.
       En pocos meses una ínfima editorial (de alcance difuso y proyecto indefinido) le pide una selección de sus últimos relatos –relatos de los que usted se siente muy satisfecho, relatos “de madurez”– que resulta ser un fracaso de ventas. Su libro menos vendido. Y el menos comentado, porque, según ciertos especialistas, “en él encontramos una vez más, engañosamente intelectualizados, los supuestos hallazgos formales que el autor de La costa ya perpetraba en obras anteriores”. A medida que se demonizan su estilo, su conservadurismo, sus influencias, su lenguaje y sus propuestas, usted tiene cada vez más la sensación de ser otro: ni reconoce a los autores que señalan como maestros suyos, ni considera su estilo como “decimonónico”, ni cree estar demasiado interesado en las relaciones entre ensayo y cuento largo. Ni, por supuesto, tiene vocación de autor comercial. Y duda mucho que su obra vaya a ser “profunda y radicalmente olvidada”.
       El siete de diciembre algún desgraciado abre un perfil en una famosa red social con el lema “Preprosa poética”. En el foro de debate participan decenas de usuarios, entre ellos varios escritores jóvenes (y relativamente conocidos) que se disputan la legitimidad como “dignos enemigos” de la prosa de usted. Se dividen en dos facciones: los antipreprosistas, interesados en denigrar sus logros formales –y, sobre todo, en hacer chistes a su costa– y los antiprepoéticos, claramente asqueados por su etapa naturalista (?!). Cuando, pasados algunos días, la disputa es llevada hasta sus últimas consecuencias –y finalmente se estanca–, los internautas (escritores o no) solicitan que usted se defienda. El revuelo mediático es nulo, de tal modo que usted podría permitirse el lujo de permanecer callado. Sin embargo, la Crítica, que desde un primer momento ha apoyado a los jóvenes escritores que le insultan, quizás merezca un escarmiento.
       Usted decide convocar una rueda de prensa a finales de mayo. Llegado el día D hace su entrada en una librería semivacía y mal iluminada. Las cámaras de televisión brillan por su ausencia y sólo hay un par de fotógrafos (claramente no-profesionales) y un adolescente con una libreta. Usted atraviesa el pasillo que le separa de la mesa, intolerablemente sucia, donde piensa aclarar el malentendido. Dejará claro que no se ve a sí mismo como un enemigo del relato joven, que no se siente heredero de los maestros que se le imputan, que odia el relato popular, que el inmovilismo literario no le interesa en absoluto, que el futuro de sus relatos depende tan sólo de los intereses y gustos de los futuros lectores, que el término Preprosa poética le parece una canallada, que su estilo tiene de decimonónico lo que un pimiento de Padrón tiene de catalán, que difícilmente puede haberse equivocado tanto en las relaciones entre ensayo y cuento siendo usted tan mal lector de ensayo, y que las pugnas entre antipreprosistas y antiprepoéticos le parecen fruto del odio personal y la envidia.
       Usted toma asiento, coge el vaso de algo-parecido-a-agua que reposa sobre la mesa, da un trago para aclarar la voz, comprueba la estabilidad de su precario asiento, da los buenos días a los despistados que se han dejado caer por allí y se propone terminar cuanto antes. Así lo hace: “Hace algunos años publiqué un relato titulado La costa. En él narraba la dura niñez de un inmigrante subsahariano en la costa levantina”. En ese momento, justo cuando un puñado de carcajadas inmisericordes estalla ante sus ojos, el pánico le invade y le impide continuar. Enmudece. Se levanta sin mediar palabra, dando el acto por concluido frente al estupor general que planea sobre la librería, también enmudecida. Pero cuando usted está atravesando el pasillo para dirigirse a la puerta de salida, para escapar definitivamente de allí, el escaso público también se levanta, esta vez para salpicar de aplausos el recinto. Aplausos para usted, presumiblemente sarcásticos, terriblemente burlones, piensa usted, el “héroe” –dirán mañana– que se niega a entrar en el juego de los críticos o de los calumniadores, “el escritor deliciosamente excéntrico”, “el poeta”. Un par de estudiantes universitarios le cerca al final del pasillo. Fingen desear que les firme un autógrafo.
       Usted siente unas terribles ganas de liarse a puñetazos con todo el mundo, cosa que afortunadamente termina haciendo.