jueves, 9 de julio de 2015

FILOSOFÍA FICTICIA EN EL MUNDO ANTIGUO (XI)


           Hedocuro

       Desde aquel día aciago en que sufrió en sus propias carnes un terrible cólico nefrítico, Hedocuro (s. IV-III a. de C.) redujo sus pretensiones filosóficas a un único precepto: buscar el placer y alejar el dolor. Ignoramos si el mérito de este descubrimiento debe atribuírsele a él mismo o más bien a la falta de analgésicos en la isla de Samos.
      Hallándose aún convaleciente, Hedocuro decidió comprarse un terreno ajardinado, pues tenía la firme creencia de que mudándose a un entorno más tranquilo podría acelerar el proceso de recuperación. Éste fue el primero de sus errores: al cabo de pocas semanas sus amigos visitaron el emplazamiento y, con la excusa de animarle, transformaron su idílico jardín en escenario habitual de orgías y banquetes. Hedocuro, que jamás había sentido la llamada del desenfreno, trató de advertir a sus compañeros sobre la importancia de saber distinguir el placer (magnífico y saludable) de la lujuria (execrable y dañina), pero claro, la presión de grupo es un arma mortífera en estos casos –sobre todo porque son especialmente tentadores–. Así fue cómo Hedocuro cometió el segundo de sus errores: ceder a las innobles peticiones de los ocupantes de su jardín participando, como uno más, en los juegos sexuales más perversos y las comilonas más pantagruélicas.
      ¿Hemos dicho como uno más? Aclaremos esto: Hedocuro se convirtió con el tiempo, y aun en contra de su voluntad, en el peor de todos. Su fama de vicioso no dejaba de aumentar en la región. No podemos sino imaginarnos al pobre filósofo arrepintiéndose de sus actos, llorando en medio de aquella vorágine de obscenidades, gritando “¡Detenedme, no me puedo controlar!”, pero principalmente preguntándose si, para mayor vergüenza, su obra no sería identificada en un futuro con ese mismo modo de vida que él denostó desde el principio. Y lo peor era estar rodeado de esa gente sonriente y lasciva que después de todo no había entendido nada, esa gente que quizás hubiera encajado mejor en la secta de los epicúreos, esa horda de libertinos insaciables.