lunes, 22 de junio de 2015

FILOSOFÍA FICTICIA EN EL MUNDO ANTIGUO (VI)


       Antropómeras

       Si “el hombre es la medida de todas las cosas”, tal y como afirmaba Protágoras, no es menos cierto que algunos hombres hacen las cosas a su medida. Antropómeras, famoso sofista de la segunda mitad del siglo V a. de C., viene a reforzar esta tesis en particular.
   Relativista hasta alcanzar cotas difícilmente defendibles, Antropómeras llegó al punto de cuestionar los más básicos preceptos morales cuando puso en práctica su idea de redactar una constitución para sí mismo; una constitución perfecta para uso estrictamente personal. En ella recogería sus derechos y deberes, sus límites geográficos, su bandera, sus días festivos, su sistema político y su himno nacional. Estaban por ver, sin embargo, la viabilidad del proyecto y el impacto sobre sus paisanos, que se regían por las leyes comunes de la ciudad.
       Llegó una mañana Antropómeras al mercado y, juzgando justo el gratuito aprovisionamiento de víveres, abandonó el puesto del pescadero sin haber pagado sus adquisiciones. Ante las recriminaciones de éste, el sofista respondió que no tenía inconveniente en ser juzgado –siempre y cuando el juicio se rigiese por las leyes de su recién promulgada Carta Magna–. En ella se estipulaba que, en caso de emprenderse acciones legales, los demandantes tendrían que hacerse cargo de los costes del juicio, incluyendo el sueldo de Antropómeras como juez supremo. De este modo, aunque la acusación popular ganó la batalla legal y nuestro sofista tuvo que devolver el pescado, sus honorarios como autor de la sentencia le permitieron volver al mercado para llenar nuevamente la cesta de la compra.
       Los enfurecidos ciudadanos terminaron por comprender que ese era el precio que tenían que pagar por compartir su espacio geográfico con un pensador tan original. Sin embargo el pescadero, menos complaciente, decidió emular a Antropómeras redactando su propia constitución; un texto despiadado cuyo artículo primero prohibía la entrada a los sofistas en la plaza del mercado.
       A partir de aquel momento, Antropómeras tuvo que ganarse la vida dando clases particulares.