lunes, 15 de junio de 2015

FILOSOFÍA FICTICIA EN EL MUNDO ANTIGUO (IV)


        Arcóntico de Éfeso

       Mucha gente desconfía del hecho de que Arcóntico de Éfeso fuese, además de un gran filósofo, un sobresaliente nadador, pero nos resulta difícil desmentir los numerosos testimonios recogidos al respecto tras su muerte en el siglo V a. de C.
      Se cuenta que Arcóntico, recluido durante los días laborables en pos de la verdad eterna, solía zambullirse una vez por semana en las turbulentas aguas del río para cultivar, además del espíritu, una envidiable forma física que todos los poetas de la época ensalzaron sin ambages. Seguramente se trata del primer filósofo de la historia que aunó en su persona sabiduría y fortaleza.
     El problema, claro está, es que el tiempo pasa para todos, y así, cumplidos los cincuenta años, Arcóntico tuvo que reconocer que el río de aguas invariablemente frías –aunque, por motivos obvios, cada vez más insoportables– en el que antaño sumergía su tersa piel, le resultaba entonces antipático. De este modo, como la zorra de la fábula, que renuncia a las uvas aduciendo que éstas no están maduras, Arcóntico justificó su abandono de la natación con un sencillo razonamiento que ahuyentaba las sospechas sobre su inminente decadencia: “No: yo sigo siendo el mismo; es el río el que ha cambiado”. Algunos se rieron de él; los más sensatos, sin embargo, supieron ver en su sentido del humor un antídoto contra los estragos de la edad.
       Al otro lado del río, muy atento a la escena, Heráclito tomaba buena nota del hallazgo del filósofo nadador.