jueves, 16 de abril de 2015

ELSA


        Me despierto bajo una de las mesas del fondo tratando de contener las náuseas, pensando en mi última discusión con Elsa. Dónde, Elsa; dónde. Por qué me has hecho esto. Hace frío o tengo frío. Tanteo sin convicción el piso mugriento y apestoso del local. Junto a la barra Stud y Nichols parecen matar el tiempo que les resta, se miran con cuidado, sin hablarse, un desafío silencioso que contemplo desde el suelo. “Estoy bien”, grito. Estoy bien, creo. Nadie me hace caso, soy una presencia lógicamente incómoda. Un adversario. Como ellos. O sencillamente hay demasiado ruido, esa música, quizás no pueden oírme. O verme. La iluminación es escasa. Agoniza en el techo el brillo tenue de una bombilla ocre. Serán las tres, las cuatro de la madrugada quizás. Tardo unos minutos en comprobar que somos los únicos clientes del establecimiento.
       Me incorporo lentamente, apoyándome en la silla que tengo más a mano. Al lavabo, vamos al lavabo. Esquivo un mar de cascos vacíos y empujo la puerta del servicio tambaleándome. El revólver en el bolsillo interior de la chaqueta. Orino sobre la tapa del váter y, desorientado a causa del alcohol, vomito directamente en el suelo. El revólver. Sí, aquí lo tengo. Lo saco con cuidado, compruebo el tambor, vuelvo a guardarlo. Me aferro al lavabo y encajo la cabeza en la pileta. El agua tibia resbala por mi nuca, goteando a la altura del mentón. Suspiro y me incorporo, clavando la mirada en la pared sin espejos. Dónde estoy. Por qué, Elsa; por qué. Dónde. Recuerdo la conversación que he escuchado en el tren que me ha traído hasta aquí. Una niña preguntaba a su padre “¿Tú eres buena persona?”. Él contesta “Sí”. La niña pregunta otra vez “¿Y yo?”. El padre responde “Bueno, vas mejorando”. La niña sonríe.
      Entonces escucho el disparo. Imagino a Stud, que no ha bebido tanto como yo, victorioso y aliviado como sólo un hombre sobrio puede estarlo, y a Nichols desangrándose con la cabeza inerte anclada en la barra. O al revés. Nichols completamente borracho, sin comprender qué demonios ha pasado, riéndose a carcajadas, como un niño, como un loco, mientras Stud, tirado en el suelo, pierde definitivamente la partida.
       Salgo del baño temblando, el revólver en una mano, el dinero en la otra. Cantidades fijas, sin apuestas, sin público. Como caballeros. Una bala por tambor.
       Stud me sonríe allá al fondo, acodado en la barra. “Tu turno”.
       Alguien apaga la música.
       Dónde, Elsa; por qué. Cómo.