jueves, 30 de octubre de 2014

MISERIAS VARIAS


      El hombre que se compra un perro porque quiere enseñarle a hablar y le dice “habla, cabrón, que todo el mundo te entienda”, y el perro no contesta y se limita a mover el rabo.
     La señora que, cansada de la postura del misionero, le pide sexo anal a su marido y éste le dice que es una guarra y le parte la cara sin miramientos.
       El enano que sueña con alzas y tacones todos los domingos de madrugada.
      El estudiante que fantasea con la idea de ser batería de jazz y descubre, acomplejado, que lo suyo es el pop de radiofórmula.
      El ingeniero aeronáutico que escribe muy despacio poemas crípticos en los márgenes de las libretas, y luego borra los versos que ninguna editorial querría perderse.
       El pirata que lee a Rousseau en sus ratos libres y observa a sus compinches y no comprende.
       La serpiente que muerde al turista desprevenido y se queda sin veneno para sus diarias víctimas comestibles.
       El barrio que se muere, que desaparece porque sí, sin necesidad de desalojos o demoliciones.
       El corcho que flota en la superficie del mar, desdichado huérfano de la botella y de su mensaje.
       El niño que llora en un rincón y, al ser preguntado, contesta que no le pasa nada.
       La casa de las cucarachas infestada de seres humanos.
       La cita íntima a la que no acude ninguno de los dos.
       El escritor que enumera miserias varias porque cree, erróneamente, que escribir sobre la miseria consiste en poner ejemplos.

lunes, 27 de octubre de 2014

SUPERHÉROES


       Escandaloso revuelo en el Congreso Anual de Superhéroes. Confesión largamente esperada. Secreto a voces finalmente confirmado. Confusión. Reacciones lamentables. Superman y el Hombre Araña tratan de apaciguar las carcajadas de los 4 fantásticos. Hulk monta en cólera y Iron-man lanza cohetes. Lobezno, siempre introvertido, se mantiene al margen. Los dos superhéroes se besan y huyen a la Bat-cueva. Humillada en un rincón, Catwoman enjuga lágrimas de impotencia.

jueves, 23 de octubre de 2014

UNA TRAGEDIA


       Cuando él descubrió el lacito blanco que ella guardaba en la caja de cartón, comprendió al fin la tristeza en sus ojos, la cicatriz de su vientre, sus largos paseos al cementerio.

lunes, 20 de octubre de 2014

EXPERIMENTOS


      Bustok aún recuerda sus primeras caladas al pitillo, sus primeros paquetes de Chesterfield comprados a medias con algún otro quinceañero de su misma clase, sus clandestinas excursiones al lavabo de chicos, sus chicles de menta para ocultar el aliento delator a sus padres. Sí señor, y empezó de la única manera posible: sólo por probar.
       Bustok aún recuerda sus primeros tragos de alcohol, sus primeras botellas de Dyc compradas a medias con Tacho, sus torpes incursiones en la noche, sus vomitonas refrescantes antes de volver a casa, cuando decía para sus adentros que aquello sólo lo hacía por probar.
       Bustok aún recuerda sus primeras piedras de hachís, sus primeros tratos con los dealers de los barrios bajos, sus colocones de media tarde en plazas públicas cuyo nombre no ha olvidado, sus bajones de tensión en los bancos de la alameda, cuando, sólo por probar, aprendía a liar porros por sí mismo.
       Bustok aún recuerda sus primeras rayas de coca, sus gramitos en el bolsillo los viernes de madrugada, sus alianzas con la taza del váter de algún pub grotesco, donde sus amigos le animaban a destrozarse el tabique nasal entre risas y abrazos fingidos. Estas cosas, le decían, hay que hacerlas al menos una vez en la vida, aunque sólo sea por probar.
       Bustok aún recuerda sus absurdas relaciones con el LSD, sus viajes mentales a ninguna parte en fiestas trasnochadas carentes de sentido, sus dragones, sus pitufos y sus orgías con maromos que, por obra de los alucinógenos, parecían geishas exuberantes. En una ocasión, sólo por probar, decidió mezclar el ácido con éxtasis líquido.
    Los padres de Bustok han internado a su hijo en una clínica de desintoxicación especialmente famosa por la metodología espartana que emplea para rehabilitar a sus pacientes. El otro día traté de convencerles de que hicieran hablar a Bustok con un psiquiatra especializado, pues estoy convencido de que la clínica acabará con él definitivamente. Sus padres me contestan que están desesperados, que ya han agotado todas las vías posibles y que, en realidad, esto último lo hacen sólo por probar.
        A mí me pareció justo.

jueves, 16 de octubre de 2014

LA MÁQUINA DE TENER SUEÑOS DIVERTIDOS


      Polonio ha terminado de construir la máquina de tener sueños divertidos, su último invento –y quizás el primero verdaderamente trascendente– tras años de sequía creativa. Ahora sólo falta poner a punto los engranajes del motor y todo estará listo... las expectativas son enormes.
       Cinco minutos más tarde, Polonio atraviesa los montes de nácar metalizado de Panibet tratando de contentar a los gruñones ajiloutets y saltando de tortuga en tortuga, porque los caparazones ofrecen en esta región la resistencia y flexibilidad de una cama elástica –siempre teniendo en cuenta que las camas elásticas no son elásticas en absoluto en el reino de Madejiyad–. Después se sumerge con cuidado en las aguas rosadas del río Tábula, el legendario afluente del Medraoz –etimológicamente “Río de Chocolate”, aunque en realidad sólo es de color marrón los martes–, sorteando las corrientes de aguaneguiznos picudos que se dedican a hacerle cosquillas en los codos y (rara vez) en la punta de las sienes. Una vez fuera del agua, Polonio decide secarse la risa en un árbol-toalla que, además, le invita a una suculenta corespina con hielo batido y a una tanda de historias populares. El árbol cuenta las peripecias vividas por la dinastía de los Atrimunt, los líos de faldas de la familia Burenaum, los negocios oscuros de los Fermiof y los Tumnk. Cuando Polonio se ha divertido bastante con las leyendas de la zona, le pide al árbol-toalla que baile para él hasta volatilizarse. Por último, ya cansado, se despide de los ajiloutets, de las tortugas, de los aguaneguiznos y de algunos pidrezaptos rezagados que, haciendo honor a su nombre, bailan claqué a la pata coja. Polonio es consciente de que no ha sido un mal día, pero ahora sólo desea llegar cuanto antes a casa para poner finalmente en marcha la máquina de tener sueños divertidos.

lunes, 13 de octubre de 2014

AMIGOS


    Hace diez años que él (músico) y él (profesor) no consiguen encontrar, por razones de trabajo –excusa no por inverosímil menos recurrente–, el momento de verse. Él (músico) se ha establecido finalmente en California, donde graba sus discos y planifica sus giras. Él (profesor) se gana la vida en un instituto de provincias y todas las tardes prepara, en la soledad de su despacho, la clase del día siguiente.
     Se citan en un bar de juventud, un local tan mugriento y miserable como cualquier otro, uno de esos abrevaderos que evocan con injustificable nostalgia tiempos felices que nunca lo fueron. Él (músico) llega tarde. Él (profesor) espera con una copa en la mano.
       Llega el momento: se identifican, se saludan, se abrazan, se besan, se preguntan estupideces, se atragantan, gritan, se ríen, callan y vuelven a preguntar. Por fin toman asiento. Él (músico) pide una cerveza e inaugura la conversación. 
       –¡Joder, qué bien te veo, profe! –Le acaricia la mejilla con un gesto rápido. Él (profesor) sonríe–. ¿Cómo te va en el instituto? Ya se sabe que los chavales de hoy en día... 
       –No me puedo quejar –guiña un ojo y bebe un trago–. La verdad es que muy contento con los alumnos y encantado de enseñar, que sabes que siempre ha sido mi vocación –franca sonrisa. Gesto de aprobación de él (músico)–. Pero ¡eres tú el que tiene que contarme cosas, cabrón, que ya me he enterado de que las compañías discográficas se te rifan! Por cierto, mi mujer NO PARA de poner tu último disco en casa –risas de ambos–. ¡Te juro que me tiene torturadito! –Más risas. 
      –Pues qué quieres que te diga... no puedo negar que desde que cambié de productor todo sale como por arte de magia: conciertos todo el año (acabo de terminar en Sudamérica), colaboraciones con los grandes y –pausa inexplicablemente larga– ¡La pasta también se agradece! –Resoplido contenido. Él (profesor) suelta una carcajada histérica.
      La conversación discurre por cauces similares durante hora y media. Después se despiden, se abrazan, se besan, se preguntan estupideces, se atragantan, gritan, se ríen, callan, vuelven a preguntar y se van.
      Él (profesor) vuelve a su hogar en coche. Él (músico) toma el primer vuelo de vuelta a Los Ángeles. Después intentan dormir, el primero espatarrado en su cama desierta, el segundo reclinado en su asiento de clase turista, ambos tratando de olvidar, en un esfuerzo miserable, que envidian profundamente la vida, el trabajo, la alegría, la belleza, la chispa del otro.

jueves, 9 de octubre de 2014

CRISIS


       Erlopio, como tantos otros jóvenes de su generación, es incapaz de hacer frente a los ineludibles gastos de la vida diaria. Debe varios meses de alquiler a su casero, amontona facturas en los cajones, resume su existencia ojerosa entre recibos impagados del agua y de la luz. Genuino producto de la crisis económica, Erlopio se afana en salir a flote. 
       Esa mañana se detiene frente al escaparate de la tienda de regalos y, tras analizar por última vez las ventajas e inconvenientes, decide finalmente aceptar la oferta sugerida días atrás por el comerciante. Éste, tratando de disimular su orgullo de pionero, felicita a Erlopio por su determinación y le envía a la peluquería más cercana antes de poner en marcha el plan. Una vez acicalado, nuestro protagonista se incorpora a la plantilla y comienza su jornada. 
        A las seis de la tarde Erlopio sonríe pensando que a pesar de todo –y según reza la etiqueta que cuelga lánguida de su pescuezo– es el artículo más caro del establecimiento (mucho más caro que Alicia o que Don Ramón, dónde va a parar). Al otro lado del escaparate una vieja repugnante le señala con el dedo. Parece interesada.

lunes, 6 de octubre de 2014

UN AÑO SIN LIBROS


    El hombre que no puede dejar de leer un libro detrás de otro ha aceptado finalmente, a regañadientes, el reto que su amigo escritor le propone: a partir de entonces y en el transcurso de un año, el hombre que no puede dejar de leer un libro detrás de otro tendrá que conformarse con devorar solamente un libro al mes.
      Los primeros días son una nube de pánico, un literal infierno iletrado. El hombre lleva hojas sueltas en el bolsillo a modo de talismán, por si su lectura fuera estrictamente necesaria para ahuyentar las pulsiones suicidas que –teme– no tardarán en aparecer. Consumido ya el único libro del primer mes (apenas unas horas después de cerrar el trato con su amigo), toda su cotidianeidad se derrumba, las noches se acrecientan, el sexo pierde el poco sentido que le restaba, las amistades revelan su lado más mezquino. El hombre que no puede dejar de leer un libro detrás de otro decide, sólo por matar el tiempo, ponerse a escribir.
    La revelación se patentiza con el paso de los meses: el hombre resulta ser un gran escritor. Con suma cautela va encontrando su lenguaje, demarcando sus coordenadas literarias, pariendo su mundo sin libros. Inmerso en su nueva e inesperada ocupación, el hombre que no puede dejar de leer un libro detrás de otro termina de componer la novela definitiva, ésa que su amigo escritor ensaya sin éxito desde que decidió dedicar su vida a la experiencia creadora. Cuando clava el punto y final, el reto está de aniversario y el hombre guarda la novela en un cajón. Después escoge un Dostoievski de su biblioteca y, llorando de alegría, reanuda su pasión lectora.
       Cuando su amigo le pregunta qué tal le ha ido el año, el hombre que no puede dejar de leer un libro detrás de otro le cuenta –para qué iba a mentir– que por momentos se le ha hecho muy cuesta arriba. Seis meses después la última obra del amigo escritor queda finalista del premio Herralde de novela. Ambos lo celebran entusiasmados descorchando una botella de cava, obviando que la justa ganadora es Un año sin libros, exquisita narración de un autor novel que firma con pseudónimo.

jueves, 2 de octubre de 2014

EL ASESINO ORDENADO


       Keiler asesina mujeres los días pares y hombres los días impares. Podrá argüirse que es un asesino, qué duda cabe, pero lo que está claro es que es un asesino ordenado. Todas las mañanas, fiel a su objetivo, Keiler escoge arbitrariamente a su víctima diaria y hace todo lo posible por llevar a cabo sus planes –defenestraciones, fusilamientos, decapitaciones, envenenamientos, etc– según su estado de ánimo. Hoy le toca el turno al estrangulamiento femenino, y el cuello de Lapucia le transmite buenas vibraciones. La espera en la puerta del gimnasio que ambos frecuentan y, con la excusa de invitarla a tomar un café –apenas se conocen– la conduce a una zona suburbial lo suficientemente apartada y tranquila. Cuando considera que sus manos están listas para estrangular a la pobre Lapucia, que camina indefensa a su lado, Keiler asiste estupefacto a la maniobra de su acompañante: sin mediar palabra, Lapucia se abalanza sobre él, le inmoviliza, y acto seguido rodea su cuello con una cadena metálica hasta cortarle la respiración. Keiler, agonizante, ya sólo dispone del tiempo necesario para atar cabos: Lapucia es, más que probablemente, ese monstruo del que hablan últimamente los periódicos, esa psicópata sin escrúpulos que, a causa de alguna absurda desviación, se dedica a asesinar hombres los días pares.