martes, 29 de enero de 2013

SUBLIMACIÓN DE LA DERROTA

Cuando uno pierde las ganas de escribir siempre puede dejar constancia de ello en sus escritos. El escritor se muere de pena en la inacción (entendida como "improductividad"), pero quizás sea precisamente ésta la genuina fuerza motora de su escritura. No se debe subestimar, en definitiva, la potencialidad de la no-palabra como punto de partida y hasta de llegada de la creación (el vacío, que es, a un tiempo, el invisible magma del que puede surgir todo lo que no se ha nombrado todavía). Cuando uno no dice, está ya diciendo algo, peleándose con el lenguaje; no con el lenguaje-como-instrumento, no con el lenguaje-como-vehículo-transmisor: para el auténtico autor el lenguaje es esencialmente lenguaje-como-problema. En literatura, el resto son mercancías más o menos agradables, más o menos dignas. La verdadera literatura consiste en no poder decir, en no conseguir decir, y en querer decirlo de todas formas. Una sublimación de la derrota frente a la inconmensurabilidad del lenguaje.
Literatura y derrota han de ser sinónimos, y el escritor debe encarnar esa derrota con la mayor dignidad posible.

jueves, 24 de enero de 2013

UTERINOS Y POSTVAGINALES


“Se supone que la vida, la auténtica vida, es una lucha, una acción y una afirmación inagotable, la voluntad embistiendo con su cabeza roma contra la pared del mundo, cosas por el estilo, pero cuando vuelvo la vista atrás me doy cuenta de que la mayor parte de mis energías se dedicaron siempre a la simple búsqueda de cobijo, de comodidad, de, sí, lo admito, un rincón acogedor”.
(J. Banville, El mar).

A propósito de este fragmento me reafirmo en la idea de que, en cierto sentido, hay dos formas básicas de enfrentarse a la vida: la uterina y la post-vaginal. Lo peor es que no siempre se puede elegir, o que no siempre somos capaces de hacerlo. ¿Cómo viven de facto ustedes? ¿Útero o mundo exterior? ¿Manta en el sofá o espada en el campo de batalla?

lunes, 21 de enero de 2013

AMORE Y AMOUR


Vamos a empezar con una frase manida: el destino es caprichoso.
El pasado lunes cometí la imprudencia de conjugar, en un solo día e inintencionadamente, las respectivas lectura y visionado de sendas obras que, además de título, comparten, a mi juicio, horizontes: Amore, de Giorgio Manganelli y Amour, de Michael Haneke. La primera es una catedral de prosa poética con sus campanarios a juego, una oda confeccionada a base de preguntas desesperadas y certidumbres erráticas, mientras que la segunda es una película sobria, lenta, dura y, sobre todo, de una ternura inmisericorde. Sin embargo, ambas constituyen un magnífico ejemplo de tanteo, de búsqueda sin punto de llegada, quizás porque el amor, como todos los grandes temas –esto lo supo ver Platón antes que nadie–, se resiste a ser definido, a permanecer encerrado en la cárcel lingüística del concepto. Tantear no es otra cosa que jugar, aunque el juego pueda resultar, a la postre, doloroso –paradojas; la paradoja duele–. De vuelta en casa, tratando de explicarme a mí mismo el torbellino de emociones encontradas que arrasaba las pocas neuronas que aún conservo, llegué a la conclusión de que negarse a ofrecer conclusiones es la única forma honesta de crear algo perdurable. Y si el pasado lunes cometí indudablemente una imprudencia sometiéndome a semejante sobredosis de amor –amor lacerante, amor masoquista, pero amor al fin y al cabo–, hoy puedo decir que soy el (orgulloso) beneficiario de esa imprudencia; así que mejor olviden aquello del destino y de paso nos ahorramos la enésima frase manida que nunca debí haber escrito.

jueves, 17 de enero de 2013

CÓMO Y QUÉ VS. CUÁNDO Y DÓNDE


Podría interpretarse el advenimiento de la post-postmodernidad como una lucha entre el discurso del “Todavía” y el discurso del “No, nadie, nunca, nada, jamás”, entre los que opinan que todavía tenemos postmodernidad para rato y los que sostienen –o actúan como si sostuvieran– que la postmodernidad como tal nunca ha existido. Nótese que ambos posicionamientos son tremendamente conservadores (el primero por acomodaticio, el segundo por negacionista). Pero lo más preocupante a mi juicio, desde el punto de vista literario, es que, quizás a falta de una tercera vía sólida, el cómo y el qué están dejando de entenderse como agentes de cambio ético-estético. Tengo la impresión de que una enorme cantidad de autores (y de críticos, académicos, reseñistas, etc.) opta actualmente por ignorar, minimizar o sencillamente “dejar atrás” –sin encender las señales de alarma– el viejo problema de la literatura para centrarse en un nuevo dualismo que nada (o muy poco) tiene que ver con ella: el del cuándo y el dónde. Parece que se espera del espacio y del tiempo –de creación, de edición, de difusión, de crítica– que vengan a eclipsar, a sustituir en definitiva, la importancia esencial de la narración y de lo narrado. Mucho me temo que los escritores preocupados por el “cuándo” pronto dejarán de tener un “dónde” al que dirigirse; se aferrarán entonces al “cuánto”, a la cantidad de páginas impresas, y estaremos en las mismas. ¿Planteamiento igualmente conservador? Puede ser, me siento viejo esta semana –sepan disculparme–.

lunes, 14 de enero de 2013

NUNCA Y SIEMPRE


Diez frases que NUNCA se deberían emplear en una discusión:

1.      No soy un entendido en el tema, pero…
2.      Todas las opiniones son respetables.
3.      Eso es así en teoría, pero no se da en la práctica.
4.      Tengo un amigo/conocido que es experto en estos temas y opina que…
5.      Todos tenéis razón en parte.
6.      La Historia dice lo contrario
7.      Háblame de hechos, y no de quimeras/ideales.
8.      Acabarás dándome la razón.
9.      Llevo años diciéndolo.
10.  No se puede poner en duda que…

Diez frases que SIEMPRE se deberían emplear en una discusión:

1.      Tengo serias dudas al respecto.
2.      Cuidado con ese argumento: es ambivalente.
3.      De acuerdo, el razonamiento es correcto, pero yo revisaría las premisas.
4.      No estamos utilizando esta palabra en el mismo sentido.
5.      Lo acepto sólo como punto de partida.
6.      No sé si te he entendido bien.
7.      Está claro que discrepamos; veamos ahora por qué.
8.      Este filósofo/literato/intelectual no sólo dice eso.
9.      No había pensado en eso.
10.  Un dato no es un argumento.

jueves, 10 de enero de 2013

MEDIOCRES GENIALES


Hay un puñado de escritores contemporáneos que me descoloca, gente que, aunque a priori tenga pocas cosas en común, bien podría encajar –cualitativamente hablando– en la etiqueta de “Mediocres Geniales”. Me sucede con los relatos de Patricio Pron (El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, Mondadori, 2010) lo mismo que me sucedía el pasado verano con los de Lydia Davis: cuando son buenos se revelan impecables, pero cuando bajan el nivel casi le entran a uno ganas de ir corrigiéndolos frase por frase, imagen por imagen, adjetivo por adjetivo. Alguno dirá que mis palabras no invitan precisamente a leerlos; nada más lejos de mi intención. Son muy pocos los cuentistas que logran elevarse por encima de lo mediocre, y son todavía menos los que, rebasada esa barrera imaginaria, rozan de vez en cuando y con la punta de los dedos la genialidad. Lo cierto es que, una vez separado el grano de la paja, cuando la memoria termine de hacer su trabajo, seguramente recuerde algunos de los relatos de Pron o de Davis como acontecimientos importantes en mi vida lectora. Trataré de olvidar, hasta entonces, esos otros relatos que afean sus libros sin llegar por ello a arruinarlos.

lunes, 7 de enero de 2013

EL NO


No es fácil convivir con el no, me cuenta el parado de larga duración, el no tenemos trabajo para usted, el hoy no, vuelva usted mañana, el no aceptamos currículums, el no aceptamos manuscritos no solicitados, el no lo aceptamos a usted por más que venga aquí a llorar, a suplicar, a humillarse. Porque uno se humilla ya teniendo que trabajar, como para no humillarse teniendo que mendigar un empleo. El no es una forma de vida y uno tiene que amoldarse. Entonces llegan el no madrugo, el no paseo por centros comerciales ni por ningún otro sitio diseñado para comprar, el no relacionarse apenas con nadie, el no recuerdo quién o qué soy ahora exactamente, qué era, qué fui. El no voy a ser, que es horrendo. El qué no voy a ser, que pierde importancia a medida que los días se igualan en su vacío inservible.
No apague usted su grabadora, me dice el parado de larga duración, deje que le explique cómo es el no. Y a continuación enciende un cigarrillo, se levanta y se va.

jueves, 3 de enero de 2013

LAS TAZAS O LOS REYES


Mi pareja (¿novia? ¿Compañera? Son todas palabras terribles) no deja de preguntarme por qué demonios cada mañana, en lugar de usar alguna de nuestras magníficas tazas de los Beatles, me empeño en tomar el café en un pocillo descolorido del capitán Pescanova. Nunca he sabido qué contestar; supongo que hay rituales de los que resulta absurdo dar cuenta. Ahora barrunto que quizás se trate, en mi caso, de una huída inconsciente frente al imparable proceso de estetización de lo cotidiano que la postmodernidad nos impone: quiero (necesito) saber que mi taza es sólo una taza, un útil destinado a que yo pueda tomarme mi café, sin distracciones visuales de ningún tipo. Mientras algunos genios del marketing se afanan en adulterar nuestros desayunos (no sólo en lo visual, sino también en lo gustativo u olfativo –yogures con sabor a galleta, galletas con aroma a yogur–) yo sueño con una taza blanca, inmaculada, libre de copyright: una maldita taza, vamos. Quizá se la pida a los Reyes Magos, si todavía existen –las tazas blancas o los propios Reyes, cualquiera de las dos cosas me vale–.